Una vez volvemos a tierras Cacereñas, siendo quizá una de la provincias Españolas que atesora mayor cantidad de Patrimonio desconocido de toda la Península y donde el mismo corre mayor peligro de desaparición, por todo ello visitamos una Fortaleza que a punto estuvo de desaparecer y que hoy vuelve a alzarse orgullosa y vigilante del desfiladero que controla; es el el Castillo de Portezuelo, el Portillo o de Marmionda, este ultimo nombre en relación a una Leyenda que conoceremos mas adelante y que los propios habitantes del pueblo le pusieron en recuerdo de la misma.
¿Como llegar al Castillo de Marmionda?
El castillo de Marmionda se alza sobre un cerro que se ubica ligeramente apartado de la localidad de Portezuelo, provincia de Cáceres. Se puede llegar desde Cáceres por la carretera N-630 y posteriormente por la EX-109. Al castillo se llega por de un camino de tierra de un kilómetros y medio, no siendo recomendable subir con turismo aunque se pueda acceder, desde la puerta de la finca de acceso hay solo 2 kms aproximadamente y el paseo entre Jarales y enormes Encinas se hace placentero.
Estado del Castillo
Con las debidas restauraciones que se llevaron a cabo hace unos años, se encuentra en estado de ruina consolidada. La fortaleza, se encuentra bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949.
Historia de Marmionda
La construcción del castillo se remonta al siglo XII durante la ocupación almohade de la zona, y durante la Reconquista fue un punto estratégico, ya que desde su altura controla un desfiladero que da acceso a las Tierras de Coria. Tras ser conquistado por Fernando II , fue entregada a la Orden del Temple y rápidamente recuperado por los musulmanes en el año 1196. En 1213 fue definitivamente reconquistado por Alfonso IX de León que se lo cedió a la Orden de Alcántara. A partir de entonces se sucedieron distintas etapas de reformas y añadidos, la última pudiera pertenecer al siglo XVI.
El nombre con el que se conoce popularmente al castillo es el de Marmionda, que le fue puesto a éste por los habitantes de la localidad de Portezuelo. El nombre real en sus orígenes fue el de Portillo, ya que desde el mismo se controlaba el puerto que daba acceso a la ciudad de Coria. Este nombre fue evolucionando hacia Portichuelo y posteriormente hasta Portezuelo, que es como se le conoce actualmente.
Estructura del Castillo
Sobre una base de pizarra, en lo alto de una meseta y dominando un desfiladero, se adapta la planta cuadrangular de la fortaleza, levantándose muros coronados por almenas de remate piramidal.
La barbacana que se antepone a la muralla pudo ser de añadido posterior. Destaca una torre cilíndrica maciza como elemento defensivo de una de las esquinas del cerco, así como un gran aljibe en el interior del patio de armas.
La Leyenda de la bella Marmionda
Como hemos dicho anteriormente, la denominación de Marmionda viene dada de una conocida Leyenda local:
En época de los Reinos Taifas, el Alcaide musulmán que regia el castillo era conocido en todo el territorio por la inigualable belleza de su hija, cuyo nombre era Marmionda. Además de su extremada belleza, la joven era el orgullo de su padre por sus virtudes y bondades.
En una de las frecuentes incursiones fugaces de saqueo y rapiña en tierras del enemigo por parte del alcaide del castillo, se topan con una partida de soldados leoneses y extremeños que por un cumulo de circunstancia se hallaba perdida. Tras una breve y desigual batalla, por ser el ejército musulmán superior en número, el capitán que mandaba las huestes cristiana manda rendir armas.
Apresados, son conducidos al castillo de Portezuelo donde son encerrados en sus mazmorras, hasta que, como es costumbre, pagaran su rey o familiares el satisfactorio rescate por su libertad. No tarda mucho el alcaide del castillo, en averiguar que entre sus prisioneros se halla un noble caballero de alta alcurnia leonesa, el cual es conducido ante su presencia.
“Veo que sois vos quien estabais al mando de estas tropas, pues respeto y obediencia os otorgan los de mas prisioneros. Creo que por vos conseguiré más tesoros que por todos ellos juntos. Decidme vuestro nombre noble caballero.” -Habló el alcaide.-
Escuchado su nombre, el alcaide mandó mensajeros a tierras cristiana solicitando por escrito el rescate de sus prisioneros.
-Y tras esto dijo el caballero leones: “Y una cosa sólo os ruego, que como se trate a mis caballeros, se me trate a mí.” Dijo el caballero leones.
“Así se hará, pues bárbaros no somos.” –Respondía el alcaide justo en el momento que en la sala entraba su bella hija.-
“Padre quiero hablar con vos…, perdonadme padre, no sabía que estabais ocupado.” Dijo al darse cuenta de la presencia del noble caballero cristiano.
Un cruce de miradas bastó para que en ese instante, el noble cristiano quedara prendado de la hermosura de Marmionda, y que ella le correspondiera con una dulce sonrisa y un brillante resplandor en sus ojos.
Durante meses de espera en la prisión, la joven sarracena aprovechaba, sobre todo en ausencia de su padre, para visitar al prisionero caballero y corresponder a sus galanteos. Día a día, momento a momento, entre palabras y miradas ese secreto amor fue creciendo. Más cristiano él y mora ella, ante la realidad de un amor imposible, ellos no se daban por vencidos.
Y fue pasando el tiempo hasta que, un día llega al castillo una comitiva leonesa con el dinero del rescate solicitado, la libertad estaba próxima, mas el no la anhelaba, no sin su joven amada. Pero debía partir hacia tierras cristianas. Triste fue la despedida de la pareja enamorada, tras un fugaz y oculto beso, él le promete que regresará con la espada envainada y con sus manos abiertas llenas de tesoros para agasajar al alcaide y apelando a su corazón pedir por amor desposar a su hija. Mas llorando queda Marmionda.
Pasaron los meses, y la antes risueña, vital e ilusionada Marmionda, es ahora por la ausencia de su amado caballero, una triste e indiferente mujer ante los ojos de su padre. Este, preocupado por el estado de su amada hija, y sin saber los motivos reales de su calvario, intenta alegrar a la joven a través de regalos y caprichos, mas nada funcionaba y por recomendación de sus consejeros decidió que en edad casadera ya estaba y por tanto debía elegirle un esposo digno a la altura de su amada hija.
Los más nobles aspirantes sarracenos de la comarca llegaron para desposar a la bella Marmionda, ella entre tanto, como no podía oponerse a la voluntad de su padre, retrasaba su decisión mediante artimañas, una y otra vez, dando tiempo así, a la llegada de su amado caballero cristiano. Pero el tiempo pasaba, y su padre ante las reiteradas excusas de la hija, le eligió marido, y poniendo fecha y hora, daba por comienzo los preparativos del enlace.
Visto que el tiempo apremiaba, Marmionda decide enviar un emisario de su confianza al reino de León para que carta en mano, informe a su cristiano caballero de los esponsales decididos por su padre.
Y sin noticias algunas, llegó el día de la boda. Mientras, Marmionda en su cámara era atusada, peinada y vestida de seda multicolor, pero sus pensamientos y su mira estaban perdidos en la lejanía que veía a través de su ojival ventana. Para ella ya no había esperanza, sus sueños de amor quedarían rotos, sus ilusiones desparecidas, su tristeza eterna, ahora pasaría su vida al lado de un hombre que no amaba, alejada de su castillo, de su padre, y sobre todo de su único amor.
Pero en ese momento, en el horizonte divisó una nube de polvo, su corazón comenzó a latir frenéticamente, ¿sería su amado que venía a reclamar su amor?
El cuerno de aviso de peligro resonó en el castillo, los vigías habían divisado jinetes cristianos dirigiéndose rápidamente hacia el castillo. El pánico se apodero del recinto amurallado. Entre el alboroto de sorpresa y miedo, los gritos de los capitanes sarracenos se escuchaban por las almenas y murallas del castillo.
Antes de llegar al alcance de sus arqueros, las tropas cristianas se detienen, y ante el asombro de los defensores, dos jinetes junto a un abanderado con el emblema leonés, se acercan al paso pidiendo parlamento.
Desde la ventana de sus aposentos, la joven Marmionda enseguida reconoce a su amado caballero entre los jinetes que se acercan, la sonrisa vuelve a su cara, fiel a su palabra el caballero cristiano había vuelto a por ella.
Las puertas de castillo se abren, y tras ella a caballo sale el alcaide junto a uno de sus capitanes y su abanderado al encuentro de la avanzadilla cristiana. Al acercarse el alcaide reconoce a uno de los caballeros, es su antiguo prisionero.
“Como osáis presentaros armados a tan insigne ceremonia, sin que tan siquiera estabais invitados, que pretendéis interrumpiendo así el enlace de mi hija.” -Dijo indignado el alcaide.-
“Mi señor, en los meses que pasé preso en sus mazmorras quedé prendado de amor de su hija Marmionda, de la cual dulcemente correspondido. Os ruego que paréis este enlace desdichado, y me entreguéis su mano a mí en sagrado matrimonio, yo colmaré de amor y riquezas…” –Hablaba el capitán cristiano cuando es interrumpido por el alcaide.-
“Pero como pudo ser, y a mis espaldas. Mentís bellaco, mentís. Como os atrevéis, jamás entregaré la mano de mi hija a un perro cristiano.” –Y tras estas palabras el alcaide dio por concluida la reunión, y al galope se dirigió hacia su castillo.-
El capitán leonés, que había jurado reunirse con su amada, ante aquella beligerante actitud, decide que si no es por las buenas, será por las malas, y reúne a sus jinetes en formación de ataque. Ante la sorpresa y estupor del alcaide ya al frente de sus tropas, pues nuevamente les superaban en número, manda atacar la fortaleza.
La lucha es encarnizada. Mientras la bella Marmionda, observa el devenir de la batalla con el corazón dividido, tiene sus ojos puestos en valiente caballero que entre mandoble y mandoble se va acercando al castillo. Sufre y llora, la bella Marmionda, mas por miedo que por amor.
En el fragor de la contienda, la joven ve como su amado caballero es abatido de su caballo por un golpe de cimitarra, el caballero yace ahora en el suelo rodeado de sangre. Quieto, inmóvil, pasan los minutos, y la bella Marmionda, creyéndole muerto, destrozada y sin razón ya para su existencia, se arroja desde su ojival ventana al vacío, estrellándose su dulce cuerpo sobre las escarchadas rocas que cimientan el castillo.
En ese preciso instante, el amado caballero recobra el conocimiento perdido tras interminables minutos, por el brutal golpe dado en su cabeza tras ser apeado del caballo, pero ya es demasiado tarde, un brutal grito de dolor resuena en todo el castillo, al ver el cuerpo de su amada yacer destrozado entre los riscos.
Presa de la ira, la pena y la locura, el capitán cristiano, arroja su espada y raudo comienza a escalar uno de los riscos más elevados que protegen el castillo y una vez en lo más alto de su cima, tras santiguarse, se arroja también al vacío, y rebotando de peña en peña su cadáver mutilado va a parar, fruto del destino junto al de su amada y bella Marmionda, donde quiso Dios o Alá, que sus manos se entrelazaran como símbolo de su amor más puro.
Fuente: Jesús Sierra Bolaños
Galería de Imágenes del Castillo de Marmionda
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